No es fácil reunir en un solo libro la escritura comprometida y la calidad literaria, pero esta magnífica novela lo logra casi sin esfuerzo. ¿Su autor? Sergio Ramírez, un escritor nicaragüense varias veces galardonado con prestigiosos premios entre los que cabe destacar el de Alfaguara de Novela, el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, y el Premio Internacional Carlos Fuentes a la creación literaria en idioma español.

Y es que no es para menos.

Amena y muy fácil de leer, retoma una historia sobre la que creemos saberlo todo desde la infancia: Abraham, un justo que fue puesto a prueba con múltiples actos de obediencia incondicional y a quién Dios prometió conceder tantos hijos como estrellas brillaban en el oscuro azul del firmamento.

 

Pero el autor no nos habla solo de Abraham. Se centra en su esposa Sara, de la que hasta ahora, sabíamos bien poca cosa: que era lo bastante guapa como para que el faraón de Egipto decida matar a su marido para casarse con ella; que ha dejado atrás la edad fértil, y que se ríe cuando el ángel de Dios anuncia a su esposo que parirá un hijo varón. Una reacción bastante molesta y por la que es convenientemente reprendida.

 

Con estos pocos rasgos y rigurosa fidelidad al relato bíblico, el autor hace surgir casi de la nada la fascinante figura femenina que nos ofrece en estas páginas:

 

 -“¡Sara, Sara, cuán injusta es mi memoria que me aparta de la majestad de tu hermosura!”

 

Sara es también una mujer fuerte, dotada de una contundente ironía y un hilarante sentido del humor. Mientras se ocupa de los quehaceres domésticos –escéptica y silenciosa- observa a su esposo hablando solo, de rodillas en el suelo, como si hubiera perdido el poco juicio que le queda.

 

“… Imponía a Abraham el silencio. No participarás a nadie lo que ya sabes. ¿Ni a mi mujer? Ni a tu mujer. ¿Qué clase de marido es aquél que tiene secretos con su mujer hasta de lo que sueña?”

 

 “…Otras veces el Mago esperaba a que estuviera dormido para entrar en sus sueños…le había endulzado el oído asegurándole que era su elegido, que tendría riquezas tan abundantes como abundante sería su descendencia si obedecía a ciegas. Y así lo iba llevando a través de los años. Cargado de vanas esperanzas”.

 

Sara se pregunta quién será el autor de esas promesas y por qué exige a cambio ofrendas tan imprevisibles como arbitrarias: esa voz inaudible que ordena a su marido llevar a cabo misiones cada vez más estrambóticas e insensatas, como la de levantar el campamento al alba para emigrar a la tierra de los Nabateos –feroces guerreros- la de ocultar que es su esposa y presentarla como hermana, o la de que todos los varones de su casa, esclavos incluidos, deban rebanarse el prepucio de un día para otro, sin explicaciones ni excusas, así sin más.

 

La divinidad venerada en la zona es Baal: un becerro alado, con un solo testículo, cuya estatua de bronce entroniza la plaza de la bulliciosa Sodoma. Pero “la voz” nada tiene que ver con Baal. Pronto comprende Sara que el Mago es mucho más poderoso:

 

“…El Mago con quién se las tenían que ver no era un mago cualquiera”… “se las veía con el ilusionista más hábil por ella conocido de los que abundaban en la plaza de Baal. Aquéllos saltaban hasta posarse sobre las almenas y las cornisas, caminaban descalzos sobre lechos de brasas, orinaban chorros de fuego, curaban a los enfermos de hidropesía sacándoles sabandijas por el ano, y convertían cayados en serpientes, el más común de sus trucos. …. ”

 

“…. El Mago le había declarado su enemistad. No sabía por qué…”

 

El humor ácido y explosivo de sus páginas se revela, no pocas veces, impregnado de ternura y nos conduce, en un excelente relato, entre el amor y el pecado, los celos y lo justo, lo inicuo y lo arbitrario, hasta la fragilidad del presente: otra ilusión, “un asunto de necios”.

 

La novela es rica en personajes peculiares: Abraham y su sobrino Lot, la esposa de éste convertida en estatua de sal; Agar, la esclava egipcia que dio a luz a Ismael, los arcángeles, el decrépito faraón de Egipto y el rey Abimelec. Todos ellos avivan la trama de una historia que nos cautivará por su originalidad y extraordinaria belleza, y que no podremos dejar de leer hasta llegar al final.

 

Un claro precedente de esta novela bíblica lo constituye la tetralogía de José y sus hermanos, un coloso de las profundidades, muy recomendable, escrita por el premio Nobel Tomas Mann, y a cuya genial estructura y redacción, dedicó nada menos que dieciséis años de su vida.

 

Sergio Ramírez, con la riqueza, el rigor, el exquisito cuidado del detalle y la complejidad sintáctica de Tomas Mann, con la jocosa irreverencia de Salman Rusdhie, valiéndose del análisis y la ironía, construye una novela magistral y deslumbrante, seria y divertida a la vez, con la que rescatará del entorno bíblico la mítica figura del patriarca Abraham, reinterpretando su anticuado perfil ejemplarizante y colmando de peripecias y lances, la escueta aridez del texto bíblico. Sara es el fino trazado de un complejo mapa de relieves, donde las contradicciones divinas superan ampliamente a las humanas, y la muy amada esposa de Abraham, bella como nadie, dócil e incrédula, terca y vulnerable, rebelde y sutil, dará más de una ocasión al lector para profundizar en el deleite de su lectura, y en la hondura de las múltiples cuestiones que suscita.