Nuestra tercera marcha de otoño tuvo como destino el pequeño municipio de Ballesteros de Calatrava, un lugar de insospechada riqueza histórica y arqueológica que nos llevó a visitar el Santuario de la Virgen de los Santos, especialmente abierto para nosotros. La iglesia muy antigua, acumulaba una gran cantidad de exvotos, pruebas de la intensa devoción que recibe la Señora del Santuario, a quién se atribuyen numerosos milagros. Estudios recientes han llegado a determinar que bajo la capilla se encuentra un yacimiento de la edad del bronce y una necrópolis, desconocida hasta la fecha, aunque es justo decir que la falta de presupuesto para continuar las excavaciones, conlleva que el turista, no pueda visualizar estas maravillas, sin un desinteresado acto de fe.

Desde allí también pudimos contemplar el gigantesco maar que rodea al cerro - el maar es el cráter de un volcán ya relleno de sedimentos volcánicos o cubierto por una laguna-. Este en concreto posee más de ocho millones de años de antigüedad, y es que el campo de Calatrava es rico en volcanes prehistóricos, cuyas potentes explosiones convirtieron su suelo en una fértil campiña, apta para el cultivo. También desde su subsuelo afloran aguas y manantiales termales, entre los que puede citarse el muy conocido manantial de la Fuensanta.

Después de esta visita, emprendimos el descenso hasta el pueblo. Actualmente Ballesteros cuenta una población de menos de quinientos habitantes, dedicados en su mayoría a la agricultura y el pastoreo. En su origen surgió como una guarnición de tropas que el Rey Sancho III de Castilla atrincheró en la zona tras la victoria de Alarcos, para defender aquellas inmensas y recién conquistadas “tierras de nadie”, que hasta entonces habían pertenecido al califato de Córdoba. En las Relaciones Topográficas de Felipe II, se dice que en el s. XI Ballesteros, pasó a depender de Toledo, y que después de la Reconquista, su territorio fue donado en varias ocasiones, entre miembros de la familia Meneses, hasta que se consolidó como un dominio señorial dentro de la Encomienda de la Orden de Calatrava. El archivo Histórico Provincial de Ciudad Real de la Real Hacienda, conserva una “lista de los bienes de la Encomienda de la villa de Vallesteros” que data del año 1322, y más tarde, el Rey Felipe V concedió a la villa el apodo de “Fiel” por su lealtad y apoyo a la corona en la dura guerra de sucesión. “Por haber arriesgado los bienes, la casa, la hacienda y la vida, sin haber retrocedido ni ante el hierro ni ante el fuego”.

Recordando aquellos heroicos pasajes de su historia, advertimos que el cielo comenzaba a llenarse de pesados nubarrones negros, a la vez que un viento frío agitaba las copas de los árboles, de modo que apresuramos el paso, casi sin detenernos ante la Ermita de San Isidro, santo muy venerado en la población. Cuando llegamos al pueblo nos topamos con una placa conmemorativa de uno de sus habitantes más ilustres y queridos: San Fernando de Ayala, fraile que viajó hasta Japón como misionero, y que murió martirizado en Nagasaki. Su casa, hoy convertida en devocionario, se ubica en una de las principales calles de la localidad.

Entre el vaho de la lluvia que había comenzado a caer en gruesos goterones, admiramos los arcos, los portones, los grandiosos muros ciegos construídos con piedras angulares, las estrechas ventanas -casi rendijas para las ballestas- los pesados contrafuertes y pináculos, y corrimos para llegar al restaurante donde nos esperaba una gigantesca paella. Sobre los aleros revoloteaban las cigüeñas que anidaban todavía en el campanario.


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